viernes, 18 de septiembre de 2009

La que has liado, majo

Es alucinante, nunca he visto a tanta gente haciendo ejercicio desde primeras horas de la mañana: en el autobús, en el metro, por la calle, en la playa, en la cola de INEM; es imposible no encontrarse con alguien haciendo músculo cargado con alguno de los ladrillos de papel de Stieg Larsson.
Sin entrar en la calidad literaria de la trilogía de Millenium, lo cierto es que esa trama, no sé si surrealista (espero que si), con personajes siniestros, violentos, psicópatas, corruptos, degenerados, te va enganchando hasta el punto que acabas intentando saquear a Botín con una Blackberry.

Lo que es la vida, el autor no ha podido disfrutar ni saborear el éxito de sus novelas, ya están sus herederos metidos en mil batallas judiciales para repartirse los derechos, pero de algo se ha librado: de las numerosas demandas por daños y perjuicios por insomnio (una seria la mía) y por absentismo laboral que ha provocado su obra.

Eso sin contar la psicosis que ha generado entre los internuatas, se me ponen los pelos como escarpias sólo de pensar que una enana, tatuada y sin estudios pueda poner el mundo patas arriba con un ordenador de bolsillo y un conexión a internet vía móvil.
Ahora, cualquiera se levanta a medianoche con tanto asesino de la SAPO suelto, menudo acojone; o pasear por la Gran Vía sin miedo a cruzarse con un güiri musculoso de dos metros que te pueda retorcer el pescuezo sin pestañear.
Querido Larsson, donde quiera que estés, descansa en paz que buena la has liado majete.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Sorolla, espectacular

A las 19,15 horas de un caluroso jueves del mes de agosto me planto en el Museo del Prado. Objetivo, comprar entradas para ver la Colección de Joaquín Sorolla. Ya sé que se inauguró en el 26 de mayo y que hasta hace poco se podían adquirir las entradas por internet. Pero no se trata de poner en entredicho mi pasividad, así que ni un comentario al respecto.

Me acomodo detrás de una señora mayor y de su "pequeño" gran hijo. Sin darme tiempo ni a encender un cigarro, una amable señorita llama mi atención para informarme que a las 19,30 horas se cerraban tres de la cuatro taquillas y que a las 21,30 horas se dejaban de vender entradas. En definitiva, nos estaba invitando a retirarnos y no dar trabajo.

La fila no parecía ser insalvable, como no tenía nada especial que hacer y el calor empezaba a remitir, decidí esperar. La primera hora se me pasó volando escuchando a Sidonie y garabateando un cuaderno. La segunda ya no tanto, a pesar de las "amenas" conversaciones que mantuve con el niño de cincuenta y tantos años que tenía delante.

A las 21,15 horas me planto en la ventanilla, pido cuatro entradas para el día 2 de septiembre (dos de adulto y dos infantiles). La taquillera muy amablemente me pide ver a los niños. Extrañado, pero padre orgulloso de sus retoños, le planto en la ventanilla las fotos de mis princesas. Levanta la vista por encima de las gafas y con más miedo que vergüenza me dice: " tengo que ver a las niñas físicamente, aquí con usted, sino no le puedo vender entradas reducidas".

En un gesto rápido, adelantándose al improperio que empezaba a salir de mi boca, la buena señora me muestra una circular de la dirección con tal absurda decisión. ¿En qué cabeza cabe tener esperando a unos niños dos horas simplemente para que los vea la taquillera si no van a entrar a la exposición ese día?.

Se me ocurren mil barbaridades que decir al respecto, algunas la tuvo que soportar quien no debía y pido disculpas por ello, pero cómo puede ser que, pudiendo adquirir las entradas por internet sin tener que mostrar por webcam a la familia, en la ventanilla tenga que desfilar toda la prole. El mundo al revés.

Ahora, vista la colección, no me duele en absoluto, es más, volvería a pasar por el mismo trago. Disfrutamos con el color, la luz, los paisajes, los pueblos, el dolor, la alegría, la realidad de una época que don Joaquín Sorolla refleja con maestría.
Desconocía la grandiosidad de sus obras, como cuida los detalles, me ha impactado la expresividad de los rostros y me ha sobrecogido como refleja luz del mediterráneo que tanto me envuelve.
Un maravilloso espectáculo que compensa la larga espera y la indignación, porque precio, no tiene precio.

Angel-ITO